Audaces

Me niego a normalizar el cáncer, la depresión o la ansiedad. De igual modo que, como paciente de cáncer, me negué a luchar contra la enfermedad.

Me niego a normalizar lo anormal: un estilo de vida enfermizo que nos lleva a vivir contra nosotros mismos. La enfermedad, de cualquier tipo, es el último recurso de la salud para restablecer el equilibrio perdido. Es su grito desesperado de auxilio cuando nos hemos dejado de escuchar.

Me niego a tratar los síntomas sin ir a la raíz desde un punto de vista integrativo. No me opongo a la medicina, llámese antidepresivo, quimioterapia o cirugía. Porque nos pueden salvar la vida cuando llegamos tarde. Pero me niego a hacer de la enfermedad un producto rentable.

Me niego a seguir silenciando el dolor, lo que de verdad quiero y necesito, lo que me da rabia y lo que me mata. Porque lo que expresa una enfermedad autoinmune es eso: la dinámica de un organismo que va contra sí mismo.

Hasta que no entendamos que, como individuos y como sociedad, estamos padeciendo lo que nosotros mismos hemos creado, las pandemias de cáncer, estrés y suicidios no remitirán. La biosfera es un organismo y la humanidad es su cáncer: células malignas que proliferan y destruyen su propio medio. Me niego a alimentar el victimismo de una sociedad que no asume su parte.

No somos culpables: somos inconscientes. Necesitamos devolvernos la atención urgentemente: ¿por qué y de qué me distraigo todo el tiempo? ¿Cómo puedo cambiar lo que siento? ¿Qué me están diciendo mi alma y mi cuerpo que me niego a escuchar aun sabiéndolo?

Me niego porque sé que si me escucho me dolerá: reconocer que llevo engañándome demasiado tiempo, y que tomar ciertas decisiones me costará.

Lo contrario a luchar no es resignarse. Es hacer un profundo ejercicio de humildad y entregarse al impulso de muerte y de vida. Es dejar morir a mi parte destructiva y liberar mi fuerza creativa: la que había enterrado hasta estar muerta en vida. Es dejar que la vida fluya a través de mí. Es dejar de resistirme a VIVIR.

Para lo que hay que ser valiente es para prevenir, no para curarse. Ponte en tu lugar: no esperes a deprimirte o a que lo haga el cáncer. La vida te quiere en paz.

#vitácora

Agua clara

No es porque lo diga (traducción en los comentarios) un vecino del pueblo de al lado (esto lo he leído al final). Tampoco es porque la Costa Brava y el Cap de Creus tengan algo…, porque todos los lugares lo tienen cuando uno se atreve a mirar. Es porque llevo aquí más de dos años y solo ahora lo empiezo a integrar.

Quizá porque en vez de juzgarme he comenzado a escuchar. Y además de ver, a mirar. No sé si al mudarme a Portbou hice bien o mal. Hice lo que tenía que hacer cuando había que hacerlo y eso es lo que me hace sentir en paz.

Quizá sí deba reconocerme haber sido valiente. Quizá el camino sí ha sido duro. Mucho. Quizá sí ha sido todo una pesadilla de la que he suplicado despertar muchas veces, aun sabiendo que solo yo iba a sacarme del pozo al que decidí saltar. Un pozo, ahora lo entiendo, al que tenía que bajar porque estaba seco y sucio. Un pozo ciego, negro e inmundo en el que había que enmerdarse hasta el cuello para poderlo limpiar.

Quizá por eso sí merezco (sí, merezco) una buena ducha. Abrir por fin los ojos. Viento fresco. Y respirar. Coger aire de verdad. Y disfrutar los primeros sorbitos del agua clara que empieza a brotar.

Quizá ser honesta conmigo fue decisivo para poderme salvar. Porque no serlo durante treinta años me hizo autodestruirme y enfermarme a muerte. Y, para ser consecuente, por el camino me dejé castigar.

Dar un paso al frente por tu felicidad es un acto de amor y respeto a ti mismo y a los demás. Y no hablo de la felicidad endulzada, idealizada e impuesta que se nos casi obliga a conquistar. Me refiero a la felicidad-equilibrio, a la felicidad-coherencia de un organismo con su propia naturaleza en un ambiente propicio para su desarrollo y bienestar. Me refiero a la felicidad-salud, porque son lo mismo. Preservar la salud, física, emocional y mental, es un acto de amor y respeto a la vida, que te quiere en las mejores condiciones para poderse expresar.

Como le dije a una amiga que ahora se asoma al pozo, si yo pude, tú podrás. La clave es sentir lo que duele y atreverse de una vez a mirar. Porque adonde hay que mirar es adentro. Y dejarse señalar: el antídoto está en el veneno.

#vitácora

📸 Carta de Albert Altés Segura (Llançà) en La Vanguardia

Personas y punto

Una de las anécdotas que mejor recuerdo de la facultad la protagonizó un brillante profesor de inglés (¿o inglesa?). Nativo británico con gran dominio del español (¿o española?), en una clase nos confesó su dificultad para comprender, al principio, que en castellano una «mesa» fuese «femenina» y un «coche» fuese «masculino». Porque en inglés (para quienes no conozcan esta lengua [¿o lenguo?]) los objetos (¿u objetas?) no es que no tengan género, es que tienen uno propio, el neutro (y su correspondiente sujeto: «it»). Porque en inglés, efectivamente, el GÉNERO masculino se atribuye a los individuos de SEXO masculino y el GÉNERO femenino se atribuye a las individuas de SEXO femenino. De ahí que mi buen profesor no entendiera, literalmente: «¡¿Dónde tiene el COÑO una mesa?!».

En español, el GÉNERO GRAMATICAL coincide generalmente con el SEXO de los seres animados cuando lo tienen. Y a los seres inanimados y algunos seres vivos se les atribuye un GÉNERO GRAMATICAL que es eso: un GÉNERO (que no un SEXO), porque el español necesita (a diferencia del inglés, por ejemplo) que toda cosa designada y lo que la acompaña CONCUERDEN, y el género neutro se limita a los artículos. Esto es GRAMÁTICA (los principios de funcionamiento de una lengua que permiten construir mensajes con los que entendernos, o intentarlo al menos), no IDEOLOGÍA (el conjunto de creencias por las que nos regimos para hacer de la realidad un mundo coherente, según nuestros valores y experiencias, sentir que es un lugar seguro y no enloquecer por el camino).

Cada LENGUA tiene su propia GRAMÁTICA, que es muy sólida (debe serlo) pero no inflexible (como debe ser). Bien al contrario, la GRAMÁTICA es un conjunto de mecanismos lingüísticos extraordinariamente versátiles precisamente porque deben servir para adaptar el LENGUAJE a un mundo cambiante; de lo contrario, dejaría de ser útil para comunicarnos con y sobre él. Y no tendría sentido.

Dicho lo cual, lo que carece de sentido es seguir confundiendo GÉNERO y SEXO como VELOCIDAD y TOCINO. Porque, si bien la intención es loable, a la «IGUALDAD» no se llega SEPARANDO, sino INTEGRANDO que somos DISTINTOS. Siendo PERSONAS y PUNTO. JODER.

📸 «El xuixo y la xuixa», por Quim Monzó

Esto no es una foto

Esto es una foto de mierda.

Esto es una foto de mierda para todo lo que representa.

Porque no es una foto.

Es un directo de derecha en todos los morros.

Un corte de manga hasta el hombro.

Un hacer por fin oídos sordos.

Un tirarse de cabeza hasta el fondo.

Un renovarse y morir.

Es un voyahacertodolocontrariodeloquemedicelaputavozenmicabezaporquenecesitosacarladeunavezdemí.

Es un estoesportodaslasvecesquemehicisteissentirquenovalíahastaquemelocreí.

Es un nuncasabréiseldañoquemehicisteisnioslopiensodecir.

Es un voyasermásinteligenteyacrearhastaquerevienteprecisamenteporloquemivientreyanopuedecrearpormí.

Esto es lo mínimo que merece el clickamino al dar sus primeros pasitos. Esto y decir: PUES SÍ.

PUES SÍ tiene sentido fotografiar juguetitos.

PUES SÍ pienso hacer algo con ello, o más bien ello conmigo.

PUES SÍ tendré que mudarme cuando ya no me quepan los clicks.

PUES SÍ son reales los personajes. Y todos hablan por mí.

PUES SÍ es una puta obra de arte.

Porque ni son fotos ni son juguetitos. Son las imágenes que me ayudan a contarme la historia de la que nunca he podido enterarme.

Porque el arte es construir en lugar de matar o morir para intentar transformar un dolor inconmensurable. Qué duda cabe de que la belleza nace de ahí.

Porque sembrar en mitad del desierto en plena tormenta tiene un premio inigualable: del mínimo brote aflora un vergel. Y ya nunca, jamás, pasas sed. Ni calor ni frío ni hambre.

Aunque por inercia todavía sientas que te falta el aire.

Aunque tengas que convencer a tu cuerpo por todos los medios de que ya pasó, ya puede relajarse.

Aunque te haya costado la vida llegar hasta aquí.

Te dices: el último empujón. Solo un poco más. Paso a paso. Aquí, ahora. Hoy. Adelante.

Y le cuentas al mar que te vas tierra adentro y que volverás. Y que todo es por el paseo que os prometisteis nada más llegar.

Y escuchas por fin el silencio, cargado de todo lo que quieres gritar: el desgarro, la impotencia, la ansiedad. La epidemia silenciosa de base de toda enfermedad.

Está claro que tenemos que hablar. Pero sobre todo escuchar. Al niño que seguimos siendo. Para que pase de juzgarse a jugar. Nos lo debemos. Como puta absoluta prioridad.

Portbou, año II

«Tú no eres de aquí, ¿no?».

A las preguntas de amigos y conocidos cuando decidí «irme» sumo, desde el principio, las de desconocidos, poco a poco vecinos, del pueblo.

«¿Eres policía o de la Renfe?». La más frecuente, con una naturalidad pasmosa: se da por sentado que nadie se muda a Portbou porque quiere. «No, no; trabajo en casa» (gesto de sorpresa). «Soy de Mataró; este rincón es maravilloso. ¡No sabéis lo que tenéis!». (El subsiguiente «¿Y a qué te dedicas?» merece un escrito aparte: me persigue desde que empecé. Hace poco me salió responder, para simplificarme la vida: «A cosas de internet» 😄).

«¿Y vives aquí todo el año?». Voy para mi tercer invierno y no sabría expresar un SÍ más rotundo: fuera de temporada es cuando más a gusto me encuentro. Me encanta el verano, obviamente: por el clima, las horas de luz y porque hay más ambiente. Pero el resto del año es, para mí, una suerte. Quizá porque es lo que necesito ahora: hablar todos los días con las olas en un lugar «perdido» en el que nadie me va a molestar. En verano, cuando más gente hay, me piro. Y aunque tenga momentos y momentos, no, no me siento sola. Nunca me he sentido tan en paz.

«¿Estás para quedarte o de paso?». Pregunta del todo lógica en un pueblo fronterizo a las puertas ya no solo de Francia, sino de Europa. Como con el «para siempre», sigo sin saber responder, porque lo que siento es que estoy de paso esté donde esté por mucho que sepa, o por lo menos intuya, dónde me quiero «establecer». Al final, algún día me iré. Y no soy la única.

«¿Y cómo has acabado en este pueblo?». Frente a las verdades espinosas, el ingenio se agudiza: «¿Y quién te dice que no empiezo?».

También me cruzo con más de un vecino que en dos años no me ha visto y me pregunta si vivo aquí. Soy un fantasma: objetivo cumplido. Uno de ellos, ya mayor, incluso me dice: «¡Bienvenida al país de los viejos!». Me abstengo de contarle que me he jubilado a los treinta y cinco; ya doy bastantes motivos para que piensen que estoy medio loca. De todos modos, nadie lo va a entender.

Portbou, año III: bienvenido. Sorpréndeme 🙃.

📸 Fotón (robado) de @qpalberto. #gracias💙

💙

Ver vídeo aquí

A veces me pregunto qué es más bonito, si el clickamino en sí mismo o lo que inspira a los demás.

Hoy @rosana.roma_ y su familia han aportado a la historia de mi vida un montón de material valiosísimo con el que ya no juegan, para que yo lo pueda aprovechar. Y por mucho que cuente la historia que hay detrás, nadie se hace una idea de lo que llega a representar.

Volver a escuchar a mi niña me salvó la vida. Y somos tantos los que estamos igual que solo pienso en seguir animando estas piezas para volver a disfrutar y, cuando llegue el momento, ayudar a otros a hacerlo en un espacio que invite a ello, en el que los niños que seguimos siendo y un día encerramos en un armario se sientan seguros e ilusionados por volver a jugar.

Mientras me recupero primero para poder hacerlo, el camino se va abriendo. Me gustaría transmitiros que si me emociono es porque no son muñecos; para mí representan todo aquello que llegué a dar por perdido y me costó demasiado reencontrar.

A quienes contribuís de tantas y tantas maneras a esta realidad que un día fue sueño, gracias de corazón por formar parte de esto. Mientras las fotos me persigan, las seguiré haciendo, porque el @clickamino tiene muchísimo que contar, y cada vez más clicks que regalar.

#GRÀCIES, @judit.15 i família!!! 💙🙏🏼

Que te jodan

Todavía me asaltan las veces en que me hiciste dudar. Supongo que hay cosas de las que una nunca se recupera.

De que compartas con alguien tus sueños y los eche del todo por tierra.

De que se aproveche de tu confianza y vulnerabilidad.

De que proyecte en ti sus propias miserias.

De que solo mire por sí mismo aun sabiendo en qué situación estás.

De que te humille y te haga pequeña porque no soporta lo que consigues. Lo que eres.

De que vuelva a contactarte pasado el tiempo como si nada. Como si no hubiese casi acabado contigo. Cuando no tocaba. Como si te creyera tan imbécil como para volver atrás.

Una perdona para soltar cargas. Pero no es idiota. Y menos aún cuando le ha costado la vida recuperar su propia dignidad.

Ahora sé que tienes mil nombres y que no estás muerto. Me ha costado mucho entenderlo. Pero te he dejado atrás hace tiempo. Y lo mejor es que estoy consiguiendo todo aquello a lo que quisiste hacerme renunciar. Casi te creo.

Ni siquiera deseo que lo estés viendo. Aunque sé que lo harás. ¿Y sabes qué? Que me alegro. Ojalá te ciegue la luz que quisiste apagar.

Yo sigo andando y abriendo camino. A mi manera; a mi ritmo. Y me respeto como tú nunca hiciste porque ni siquiera te aguantas a ti mismo.

Hasta agradezco haberte puesto cara para no volverte a olvidar. Tenía que vérmelas contigo. Ahora estoy conmigo. De un modo que tú ni podrías soñar.

Que te jodan.

#esgritos

Elegí vivir

Este señor me salvó la vida.

Este señor y su equipo, del Servicio de Cirugía Gastrointestinal del @hospital_clinic, me salvaron la vida tres veces en 20 meses.

La primera fue urgente y a vida o muerte. Tras 22 días de ingreso, los primeros en la uci, salí con un apaño que esperábamos que fuese temporal. Pero el peligro seguía ahí. «Ahora que puedes volver a comer, coge peso. Necesitamos un cuerpo que operar».

Logré alcanzar los 60 kg con un esfuerzo descomunal. Soy de constitución fuerte. Jamás hubiera pensado que me costaría engordar. Tras varios meses pudiendo apenas comer y el ingreso, me había quedado sin masa muscular. Estaba, para mi estado natural, en los huesos. En cuanto me operaron y aislamos el tumor, fue alucinante: podía comer sin parar y no saciarme. Nos olvidamos demasiado a menudo de que el cuerpo sabe. Y nos empeñamos en no quererlo escuchar. Hasta que te grita un ultimátum: o tú o nadie. Y llega hasta donde tiene que llegar.

Tres semanas después me operaron por segunda vez. Bastante recuperada, esta fue a muerte o vida: sabía a qué me arriesgaba y lo consentía. Si algo aprendí desde el minuto uno fue que no podía seguir empeñada en dar lo que no tenía. Y me costó, aún me cuesta, pero lo asumí. Esa mala costumbre de dar mi vida por los demás llegaba a su fin. La anemia intermitente quiso advertírmelo durante muchos años. La de aquellos meses fue decisiva: dejad-de-chuparme-la-sangre. Recuerdo arrastrarme para seguir con mi vida aun cuando apenas me quedaba energía. Y seguir desviviéndome (sabia etimología) por todo aquel o aquello que me lo pedía. Lo entendí enseguida: ¿cómo iba a luchar por dar vida cuando estaba en riesgo la mía?

Exploramos opciones. Pero no había tiempo, ni dinero, y mi vida estaba en juego. Lo que me sobró fue lucidez. Conozco a mujeres que por querer preservar su fertilidad se arriesgaron a que el cáncer volviese a aparecer. No las juzgo. Nadie se hace una idea de lo difícil que es. Fue a muerte y vida y elegí vivir, aunque el resultado de la operación, muy compleja, no dependiese de mí. Tuve la enorme suerte de estar en manos del Dr. Lacy. #GRACIAS a usted sigo aquí.

#esgritos

💚 @hospital_clinic
💚 @amicsdelclinic

👉 La noticia de La Vanguardia, aquí.

Camino Libre

https://youtu.be/pR6SEzPmN68

Pisé el Camino por primera vez en 2017. Solo había oído hablar, y muy poco, de «un viaje mágico» para «peregrinos» que caminaban hacia Santiago. Una locura como una catedral, vamos…

Conocía Compostela. Visité la capital gallega con veintipocos, atraída por una cultura que, en otras latitudes, me enamoró. La ciudad, por supuesto, no me defraudó. Pero jamás pensé en calzarme unas botas e irme «por ahí» con una mochila… ¡¡y yo sola!! Para la Míriam de entonces, perpetrar algo así no era un desafío: era un salto mortal al vacío. Suerte que lo dio…

Decidí irme al Camino a los treinta; cómo no, «bajo prescripción». De una semana para otra (por no arrepentirme), con lo que sabía (iba de andar, ¿no?)… y con un tesoro que descubrí entonces: Gronze.com. Pocos meses antes, había hecho saltar mi vida por los aires sin más red que casa de mis padres. Y aunque no estaba sola, yo no era yo. Odio los tópicos, pero es que es real: necesitaba encontrarme. El clickamino me salvó.

El Camino Francés, de Saint-Jean a Fisterra, fue inenarrable. Año y medio más tarde, lo recorrí al revés, y, sin pretenderlo (me fui dejándome llevar por el viento), acabé uniendo el mar y el océano. Hice el Camino Inverso con cáncer: eso lo supe después.

En diciembre de 2018 llegué andando a Mataró desde Fisterra, en forma dentro de lo que cabe. Cuatro meses más tarde me moría en la cama de un hospital, sin apenas poder comer ni respirar. Cuando pasó lo peor, el dolor me impedía hasta estornudar (¡qué fuerte!), y de incorporarme o sentarme, ni hablamos. Yo solo quería llegar al pasillo apoyada en mi palo, por mi propio pie. ¡Si apenas volvía de Galicia andando!

El Camino Adverso ha durado tres años. En él he sellado tres cirugías mayores con sus consecuencias; las peores secuelas son internas. Pero también, y sobre todo, he logrado lo que creí imposible: encontrarme. Hacer mi vida. Y superarme.

Este vídeo improvisado con fotos de mi perfil es un autohomenaje, y un agradecimiento (demasiado modesto) a quienes no salen. Sin ellos no estaría aquí. La canción la escuchaba en bucle pasillo arriba pasillo abajo. Hoy emprendo el Camino Libre. GRACIAS a todos por acompañarme. ❤

#esgritos

Decisiones

He decidido jubilarme a los treinta y cinco.

No, no os estoy vacilando.
Sí, sigo trabajando.
Simplemente, entre muchas comillas, he constatado una realidad: toda yo quiero descansar. Estoy agotada. De ir contra mi alma. Y no voy a luchar más.

Hace como seis años que, sin saberlo, me prejubilé. Ha llovido mucho desde entonces. Y yo no he hecho más que envejecer. Cuanto menos, de todo, mejor. Menos ruido. Menos gente. Menos decisiones. Menos contaminación. Prisa, ninguna. Metas, las justas. Presión, bajo cero. Trabajo, por convicción (estoy dejando la prostitución). Y sobretodosobretodosobretodo, empezar a decir no.

Tengo grabado a fuego el día en que, con tres o cuatro añitos (sí, lo recuerdo), la maestra me castigó porque tocaba pintar unos peces y yo no quería. No sé, no me apetecía. Le dije que no quería y me castigó. Porque tocaba pintar putos peces y eso era lo que había ese día. Lloré mucho por aquella injusticia, y después me empecé a vender. Sí a todo. Barra libre de Míriam. Devora toda mi energía. Haré todo lo que me pidas aunque vaya contra mí misma. Me arrastraré. Porque decir lo que siento, según me enseñaron, no está bien.

Omitiré las atrocidades que ha llegado a tolerar mi psique como consecuencia de algo tan «tonto», que por supuesto no lo explica todo pero es un claro ejemplo de cómo NO educar. Me he pasado (con suerte) media vida siendo obediente porque había que pintar algo, en una sociedad en la que no pinto nada porque no creo en las reglas del juego. Así que el juego se ha acabado: ahora quiero vivir. Y en paz.

A lo que voy: me jubilo. Me rindo a la evidencia del que ahora es mi ritmo natural. Duermo. Escribo. Me muevo un poco. Camino. Hago fotos. Leo. Como. Contribuyo a algo en lo que creo. Apago. Recojo. Medito. Y me retiro. Por el camino, voy dejando infinitivos por si me vuelvo a desviar. Despropósitos con todo el sentido: el de mi verdad.

Un amigo, jubilado al uso, me describió no hace mucho su tranquilidad: «He renunciado a mí toda la vida. Ahora puedo dedicarme a vivirla». Yo quiero vivir hoy, que es el único tiempo real. Y tengo suerte, y también cojones: me pregunto cuántos habrían tomado mis decisiones.

#esgritos