El Depredador de la psique: causas y evolución de una mente enferma

RESUMEN

La presencia del Depredador en nuestras vidas se remonta a la noche de los tiempos. Como humanos, entender que nuestro impulso vital puede ser tan creativo como destructivo es fundamental para decidir usarlo en nuestro beneficio, desde un punto de vista individual y, por ende, social. La muestra está compuesta por la sola experiencia de la autora, lo que no bastaría para hacerla representativa si no fuera porque es compartida, en mayor o menor medida, por todos los sujetos (sin excepción) conocidos por la misma. Del método de la empatía, el autoconocimiento y la escucha activa, aplicado durante años de investigación a una experiencia vital bien nutrida, concluimos: que disociarnos de esa parte de nuestra naturaleza esencial, negándola o reprimiéndola, nos vuelve mortalmente vulnerables, pues cuando el Depredador se manifiesta en nuestro mundo externo, al no haberlo reconocido antes en nuestra propia psique, no sabemos identificarlo ni actuar para protegernos.

PALABRAS CLAVE: depredador, psicópata, psique, narcisista, manipulador.

DESCARGO DE RESPONSABILIDAD

Ante todo, una aclaración (porque en esta burbuja de etiquetas perversas lo que no tiene hashtag no existe). No me considero nada terminado en -ista, salvo dos cosas: idealista (de mierda) y artista (en potencia). Lo primero es un defecto de fábrica. Lo llevo bien; gracias. Lo segundo, como todo ser vivo que honra a la vida mediante una existencia creativa. Y en liza tengo una tercera, que hace ya mucho que me pica. Porque una puede ser pacifista, pero no ingenua. Si me tocas los huevos, cenaré tortilla. Y no de mi gallinero.


No hace mucho leí, sobre el cuento de Caperucita, que alguien había decidido reescribirlo para educar en sanar al lobo, tratándolo con amor, en el nombre del feminismo, de la no violencia o del qué sé yo. Y no es una ocurrencia aislada. No, señoras, no. (Por cierto: si escribiese «señores», ¿sería masculino o «««inclusivo»»»? Otro despropósito tan loable como absurdo; más lingüística y menos humos). Hay una tendencia que cobra fuerza en este sentido y que, pese a basarse en una premisa del todo acertada (la comprensión y la compasión respecto al agresor, víctima inconsciente de sus propios traumas), omite un matiz de vital importancia: la primera a la que debo proteger soy yo. El amor empieza por la autoprotección. Porque sin mí, para empezar, no hay nada.

Un lobo es un lobo. DEBE ser un lobo. Es su naturaleza. Y los humanos, en la nuestra, también tenemos esa faceta. Que la desarrollemos o no depende de muchas circunstancias, que en su base (las de nuestra infancia) nos son en gran medida ajenas. Cuando las circunstancias son dolorosas, nos disociamos de nuestro dolor. De TODAS nuestras emociones. Es un mecanismo de supervivencia. Pero sin apoyo y una red de resiliencia corremos, a la larga, un riesgo tremendo: el de desconectarnos irreversiblemente de la parte creativa de nuestra esencia.

La parte destructiva, el Depredador, se adueña entonces de nuestra psique y exige ser compensada por tanto sufrimiento, impotencia y frustración. Llegados a este punto, ni todos los sacrificios del mundo bastarán para saciarla. Para el odio más visceral no existe reparación posible. Como tampoco hay bien ni mal. El impulso inconsciente que lo guía, sin excepción, es el del «me deben»: atención, respeto, disculpas, reconocimiento, agradecimiento, admiración. Da igual el precio. En realidad tengo tanto miedo que solo puedo disimularlo infundiendo terror al resto.

Cuando digo que todos tenemos un depredador dentro, no exagero. Ojo: de depredador a psicópata hay un trecho. Pero si crees que no hay sombra de él en ti, entonces te lleva mucha ventaja. Aun así, hay esperanza: si leer esto te incomoda, estás a tiempo.

El Depredador es un actor nato. Disimula y manipula a la perfección. Lo tiene todo controlado. Pero una vez que lo has visto, es fácil desenmascararlo. Se esconde en lo que lo alimenta, que básicamente es mierda: hábitos de mierda, relaciones de mierda, situaciones de mierda, decisiones de mierda. Todo ello basado en creencias de mierda. De la mayor parte de las cuales, como digo, no somos culpables. Se nos llena la boca de «tóxicos»: parejas tóxicas, trabajos tóxicos y hasta amigos tóxicos. Es un gran paso para empezar, pero no sirve de nada mientras creamos que la toxicidad está fuera.

No somos culpables de lo que nos enseñaron. Pero ahora podemos ser responsables. Hacernos cargo de nuestras mierdas para no provocar, no sé, una guerra nuclear. O para evitar que nos gobierne la ultraderecha. La ultraderecha es la guardería del Depredador. Al principio hasta nos parece enternecedor, como un niño en plena pataleta. Luego empieza a ser preocupante, porque el niño en cuestión no está bien. Cuando queremos darnos cuenta, el niño es un tirano y le hemos cedido nuestro poder. Como no le pusimos límites, sabe y puede manejarnos. El Depredador se alimenta del miedo, y estamos muy asustados. Vivir acojonados o libres está en nuestras manos.

Al Depredador hay que verlo venir y encerrarlo. No abrirle la puerta jamás. Y dejar de alimentarlo. No nos engañemos: no morirá. Su sed de venganza le puede más. Educar en el amor es indispensable. Pero mi propia integridad (física, emocional y mental) es incuestionable. Eso también es amor: propio. De lo contrario, empiezas soportando insultos y normalizas palizas a diario. Porque había que ser bueno aunque te acosaran. Poner la otra mejilla aunque te apuñalaran. Ser pacifista es optar por la no violencia como prioridad. Pero no es dejarse agredir sin consecuencias: eso es una temeridad.

Para el horror de Ucrania no hay palabras. Pero nos brinda sinónimos del Depredador a patadas: matón, tirano, déspota, dictador, lunático, mentiroso, narcisista, ególatra, terrorista, genocida. Psicópata. Asesino. Criminal. Que nos sirvan para darnos cuenta de hasta dónde podemos llegar. Y para frenar lo que está en nuestra mano. PERO YA.

#esgritos

(Ilustraciones de Kukuxumusu).