Fisterra

«Vamos a dejarte descansar un ratito, ¿vale? Pero, antes, háblame de un lugar en el que te gustaría estar».

Y yo, que hacía apenas unos meses que había vuelto de Fisterra andando, de mi faro, ¿qué le iba a contestar? ¿Qué respondes a la enfermera del quirófano en el que van a operarte de urgencia cuando llevas casi un día delirando? ¿En qué piensas, si es que piensas, cuando por primera vez en tu vida van a dormirte y temes no despertar?

En el pasillo, entre prisas, justo antes, mis padres han intentado animarme: «Vamos, hija, que esto solo es un escalón más». «El calentamiento», creo recordar. Porque aquella no era la operación buena. Pero sí fue crucial.

«… Estoy… en mi… playa… Tengo una… playa… He venido… andando… Es mi… lugar…».

No es que no tenga aliento: es que respirar se ha vuelto un infierno. Y son las nueve y media de la noche pasadas y llevo así desde las tres o las cuatro de la madrugada. Desde que me desperté para ir al baño y vomité al beber agua. El dolor es tan grande que las lágrimas brotan, pero no puedo llorar.

«… Tengo… que ir… a bus…carme… Me he… de…jado… allí…».

No sé si llegué a pronunciar mis últimas palabras o me las guardé para mí.

Poco después, todo se apaga. Y tú ya te has rendido, pero no porque hayas tirado la toalla. Simplemente, estás demasiado agotada y te entregas al sueño. Al alivio inducido de un dolor inmenso. Aún te da tiempo a pensar: «Ya está. Sea lo que sea, será».

En algún momento indeterminado, semanas antes, quizá, te has prometido que si sales de esta te vas al fin de la tierra a acabar el año. Aunque no sea caminando. Para celebrarlo. Porque has visto Finisterrae y te ha parecido genial, y hacía tanto que no te reías de esa manera que tienes que ir a tu playa a hacer fotos a unos clicks fantasma con un caballo y una silla de ruedas. En ese momento, eso es todo lo que cuenta.

Y despiertas. Nunca te ha dolido todo tanto, pero supones que es buena señal, a pesar de que cada dos por tres tienen que recordarte respirar. «¿Qué tal por Fisterra?», me pregunta la enfermera. Allí terminé el 2019: «La próxima vendré andando». El camino ha sido muy largo.

#esgritos

Donante de alma

Siempre quise donarlo todo: mi sangre, mis órganos. Cuando llegó el momento, hasta mis óvulos. Como queriendo servir a la vida de todos los modos.

Por eso me costó entender lo que al principio me pareció tan cruel: en ese sentido, conmigo acabaría todo.

El primer impacto no tiene nombre.

Unos cuantos sucesivos tampoco.

Entonces, si abres los ojos, algo se enciende. Un destello inapreciable. Muy muy lejos.

Abandonada a tu suerte, dejas que se acerque. Hasta que un día te ciega. Y no puedes no verlo.

Ese día entiendes, aunque aún no lo sientes, que el cuerpo es limitado. Y que trascenderlo es un milagro en forma de regalo. Probablemente el más grande que la vida te puede ofrecer.

Porque ya no hay nada que tengas que hacer. Ningún reloj contra el que correr. Ninguna vida que te estés perdiendo. Ya no eres nada… y lo eres todo. La tierra… y el cielo.

Liberar toda la energía que tenía hipotecada por algo que ya no iba a ser era una bomba de relojería, pero para bien. Si la vida me quería disponible para servirla en mayor medida, me iba a tener.

Nunca sabré si el sentido fue ese. Pero cuando el trauma es tan grande, necesitas hacerlo coherente.

Respetarte es la clave: tus heridas, tus tiempos, tus logros. Tan necesarios como sencillos a los ojos de otros. Reformularlo todo. Vivir sin más reglas que las que te queman en lo más hondo. Atreverte a arder. Y empezar a sentir además de entender.

Lo dije antes del cáncer: lo que he aprendido es tan grande que no me lo puedo quedar. Algo tengo que hacer.

Imagínate después.

Para seguir aquí renuncié a lo que se suele entender por «dar vida». Es imposible explicar lo que implica. Pero solo en la forma física: hay mil maneras de ser creativa. De crear, en definitiva. De dar. De ser.

Desde entonces soy donante de alma: es infinita. Y cuanta más doy, más ancha. Esa sí que nadie me la quita. Y ya nada me parece imposible: puedo florecer sin semillas. Eso es la vida: creer. En ella. En ti misma.

#esgritos

P. S.: Os espero en #palabrasdonadas. Gracias, gracias, gracias. ❤

Dos letras

Cuando todo es tan coherente que tú no lo entiendes.

Cuando nunca nada es suficiente, ni tú simplemente por ser como eres.

Cuando te miden por lo que (no) tienes.

Cuando quieres expresarte y no puedes.

Cuando te hacen dudar de quien eres.

Cuando te dicen que estás loca. Y que o estás de su parte o en contra.

Cuando sientes que ya no estás en ti. Y tu mirada es la más triste derrota.

Ahí. Cuando más cuesta y no te quedan fuerzas. Piensa que solo son dos letras. Y dite: «SÍ». Aunque no sepas a qué te aferras.

No hace falta que te las creas. Pero repítelas, solo por probar. Por romper sutilmente el esquema. Y poco a poco, verás.

La incoherencia en la que estás inmersa.

Que tú no eres el problema. Ni tu circunstancia vital.

Que expresarte es una necesidad.

Que tú siempre supiste quién eras.

Que quien te acusa tiene un problema. Y NO lo puedes ayudar.

Que puedes volver a ti si lo intentas. Pero tienes que dar media vuelta. Pedir ayuda. Y reaprender a mirar.

Quienes dijimos «hasta aquí» somos muchas. Mujeres y hombres: PERSONAS que un día apostamos al «SÍ». Y que pudimos estar muy jodidas, pero seguimos aquí.

Somos pruebas. Evidencias de que salir del abuso y el maltrato es posible, con apoyo y sabiéndonos firmes. A pesar de nuestra inmensa vulnerabilidad.

Hay una FUERZA que no sabes que tienes hasta que la ERES. Yo no sé de lo que él o ella es capaz, pero sí de lo que TÚ eres. Y te deseo de corazón ese día en el que miras atrás y,
aunque la herida sangra
y escuece,
te sonríes,
la limpias con una ternura infinita,
te robusteces
y te vuelves a abrir a amar.
Con La Gran Lección aprendida y asumiendo las que estén por llegar.

Y te enorgulleces de haber logrado el imposible equilibrio doctorándote en Ciencias del Funambulismo, el mismo día en que decides que tu vida ya no es un circo y que los payasos no tienen lugar.

Entonces descubres lo que todo payaso esconde: unas inconsolables ganas de llorar. Sabia como eres, los compadeces, a kilómetros de distancia de seguridad.

Ahora ya los hueles: a universos a la redonda. Has desatrofiado tu instinto: puedes volver a confiar. La vida te está esperando para demostrártelo. Disfrútala.

#esgritos

Emprender no nos hará libres

Emprender no nos hará libres. Lo que nos hará libres será elegir. No las cosas que pasan, sino cómo queremos vivir.

Uno puede
ser autónomo,
ser empleado,
trabajar mucho,
trabajar poco,
no trabajar,
vivir en el campo o en la ciudad,
casarse o no casarse,
formar familia o ser su familia,
alquilar o hipotecarse,
vivir a débito o a crédito,
ser ambicioso o conformarse.
Y haga lo que haga, puede ser libre si eso es lo que elige. Si no se limita a resignarse. Y si tiene un motivo para levantarse.

Cuando eliges eres libre porque deshaces tus ataduras mentales. Ya no hay peros; hay motivos. Dejas de ser víctima de tus responsabilidades.

Y a elegir bien, ¿cómo se aprende? Siempre escuchándote. ¿Qué te pides?

#liverdad #esgritos

Gris

Hoy te he vuelto a ver y ya no quemas. Solo me das pena. Hasta te he cogido con cariño y te he tirado a la basura. Antes de que te pudrieras. ¿Y sabes qué? Resulta que eres reciclable. De hecho, estoy reconvirtiendo todo lo pérfido que hay en ti y es extraordinario. El resto va al gris, que es del mismo color que lo poco que queda de ti. Un gris claro u oscuro a ratos, según la luz, el ángulo de visión y cómo me levanto. Pero gris. La mezcla del negro y el blanco en su punto de equilibrio exacto. Insulso, neutro, mortecino y apagado. Gris ceniza, gris cielo, gris piedra, gris acera. Gris tristeza, gris lluvia, gris llanto. Gris ciudad, gris carretera, gris asfalto. Gris asfixia, gris olvido, gris maltrato. Gris de mierda, muerte en vida; gris y punto, al fin y al cabo. Nada que ver con el gris de la perla que llevo puliendo todos estos años. Una magia inalcanzable para un mago frustrado.

#ahítequedas #yomelargo

#esgritos

Ir a terapia

Soy editora. Cuando alguien me pregunta en qué consiste mi trabajo, suelo decir que mejoro la comunicación de los textos. De lo que no hablo a menudo es de cómo se hace eso, porque la conversación no suele ir más allá de las palabras. Sin embargo, pocas cosas en la vida me fascinan tanto: en realidad me dedico a la cartografía mental. Rediseño mapas.

Nuestra manera de comunicar está determinada por el mapa que tenemos del mundo: esa es nuestra realidad. Por eso hay tantas realidades como personas (y seres vivos, supongo), y por eso saber comunicarse es un arte y hacerse entender, un logro.

A lo que iba: ¿qué hace un editor? Un editor se aventura en un terreno inexplorado salvo por su único habitante, que es el autor. Y decide abrirse paso en la jungla (con permiso de quien la habita) para trazar un sendero lo más accesible posible…, ante todo, prescindiendo de mapas. Esa es la clave y por eso le pagan: por ver el terreno con ojos nuevos, guiándose por su conocimiento y su propia intuición. Con las herramientas necesarias, por supuesto. Pero sin mapa previo de la zona en cuestión.

«¿Y qué tiene que ver eso con ir a terapia?», te estarás preguntando. Pues tiene todo que ver. Cambia el texto por un atlas, que es lo que siempre llevas encima, y entenderás por qué ir al psicólogo es tan necesario como ir al oculista: porque ningún autor que se precie se autoedita (no te dejes engañar: editar y publicar son cosas distintas).

El terapeuta, como el editor, te brinda lo que difícilmente puedes darte tú mismo, que es perspectiva sobre tu vida. Porque él no tiene tus mapas y la ve, te ve, con la mirada limpia. Con la suya, claro, que tampoco es del todo nítida. Pero ya no es la tuya sobre ti mismo: hay un contraste. Y solo por eso ayuda consultarle. Los trazos borrosos, la leyenda incompleta o las zonas desiertas. Con el tiempo aprenderás que todo es cuestión de escala: cuanto más te alejas, más sentido cobra lo que el mapa representa.

Abrirle el atlas de tu vida a alguien es digno de halago; para pedirle que te ayude a editarlo, o estás muy cuerdo o estás desesperado. No llegues a lo segundo: te puede salir muy caro.

#esgritos

(Imagen de Psicosalud®)

Historia de una colilla…

Historia de una colilla y del mechero que era una cerilla

Recuerda la última calada como si fuera ayer. La que le dio antes de abocarla al cenicero y de ejercer una presión desconocida con el dedo. A ella, a quien le habían enseñado a quemar si hacía falta, pero nunca a ver venir al mechero.

¿Cómo llega una a colilla y se deja consumir? Creyéndose cigarrillo antes, por lo menos. Sabiéndolo o sin saberlo. Y creyendo que sin un mechero no tiene razón de existir.

A ella, que conocía el fuego, algo le decía que el calor no era aquello. Ella sabía de otra llama que no quemaba: iluminaba. Pero, a falta de luz en mitad de la nada, cualquier chispa sirvió. Y como quien vende un pulmón al tabaco, la futura colilla prendió.

Tan falta de aire andaría que su propio humo la oxigenaba. Un humo asqueroso, amarguísimo y tóxico que le nubló los pulmones, los ojos y el alma. Nada que ver tenía…, y aquello fue lo que la salvó.

No recuerda si fue el dolor, la podredumbre o la desesperación, pero algo en su interior le gritaba que se moría: era su corazón. El latido único de la intuición la advertía.

«Si no dejo de consumirme, me apagará. No sé si soy yo o es él, pero esto no puede ir conmigo. No recuerdo haber sido nunca un cigarrillo, por mucho que me lo hayan querido vender».

Aun así, aguantó. No era fácil soltar aquello a lo que en su día se aferró. Además, tenía miedo. Un miedo atroz. Los dedos aplastan, y los mecheros queman. Consumidísima ya, apenas tenía fuerzas.

Entonces, saltó. Sacó fuerzas de flaqueza y se rebeló. Aquello no podía ir con ella, era demasiado evidente; a aquel mechero el gas se le había subido a la cabeza. Y cuanto más se resistía a que la rematara, más ardía él. Como si le fuera la llama en ello. Como si al perder el control sobre ella fuera él quien se extinguiera.

Como toda historia que se precie, esta acabó junto al mar. Por suerte para la colilla, lo recordó justo a tiempo para saltar. Allí la esperaban las olas, en las que se recordaría. Aún tendría que nadar mucho, pero lo conseguiría.

Hoy a veces cree verlo tratando de incendiar la orilla. «Las olas no tememos al fuego —se dice—, y menos aún al de las cerillas».

#esgritos

(Ilustración de Nani Alameda)

Depende (II)

La inversión de tu vida será siempre en ti mismo, aunque parezca que vas a pérdidas desde el principio.

A veces llega un punto en el que darte la vuelta no es una opción. En el que ir(te), cambiar el sentido y sentirte se convierte en una obligación.

No sé de quién lo aprendí, pero me marcó: una inversión de pocos minutos al día recoloca el corazón por encima de la cabeza. Te da perspectiva.

Entre una operación y otra, me propuse volver a conseguirlo. Mi intención era clara: mandarle a mi cuerpo una señal inequívoca de que podía levantarse de nuevo sobre sí mismo. Después del shock séptico, fue todo un reto. Lo primero que hice en mi siguiente ingreso, apenas unas semanas después, fue tumbarme en la cama y ponerme del revés. Me reí mucho, por cierto…

Hace poco, los «jinetes en la tormenta» de @erratanaturaeeditores me invitaron a mirar atrás y me emocioné. Quizá en un atisbo de lo que supuso ponerme patas arriba desde el principio; algo que ahora, años más tarde, empiezo a sentir como la locura más cuerda que he cometido. Algo que casi me cuesta la vida entender.

Porque cuando «había que» correr para «volver» a la «normalidad» de mi vida, algo en mí sabía que necesitaba parar, y yo me resistía. Porque, a veces, «el movimiento más inteligente es detenerse». Y entonces —en cuatro palabras— llegó él.

No sé si el cáncer llegó para salvarme, pero a mí me ha salvado darle ese sentido. Y eso siempre he podido elegirlo. Que he tenido mucha suerte: también. Lo que me pregunto es si de quien vive con dignidad y liberado de sí mismo, cuando muere, se puede decir que ha perdido. Yo no lo diría nunca de Pau Donés ni de muchos otros que ya se han ido.

Sobre nosotros…, ojalá volvamos. A escucharnos. Nada es comparable porque cada universo es distinto. Pero en esencia somos humanos, y el aprendizaje es el mismo.

Somos sabios por naturaleza. Y sabemos que levantarnos de nuevo lo implica todo menos socavar el suelo. Muchos «queremos ser parte de lo imposible», y ya lo hacemos. Si la «nueva normalidad» se basa en la vieja, yo no la quiero. Yo quiero equilibrio en todos los sentidos, que es sinónimo de salud. Quiero una locura cuerda.

#esgritos

Depende (I)

Nada cambia más que uno mismo cuando se mira desde la perspectiva adecuada.

Es una sensación extraña: la de que otro se va por la misma puerta a la que tú asomaste sin cruzarla.

Nunca te seguí muy de cerca, pero, como muchos, te llevo dentro porque contigo vibré. Y porque, como para otros muchos, supongo, tus letras van cobrando para mí sentido conforme más vivo.

Dicen que nunca viviste el cáncer como una lucha, que convivías con él. Porque tenías cosas mejores que hacer que librar una guerra. Yo no lo hubiese descrito mejor, y mientras siga pisando esta tierra mantendré vivo el mensaje, porque es liberador.

Ojalá supiera transmitir con palabras todo lo que aprendo del cáncer, que no dejo de ser yo. Que no hay más lucha que la de aprender a rendirse, o la de desaprender a vivirse.

Cómo no acordarme de Freddie, que en su Innuendo de despedida tan bien lo resumió.

Cómo compartir la revelación que uno siente cuando de repente entiende que esto no va de ganar o perder, sino de ser. Y que quien teme a la muerte teme a la vida, cuando es lo mejor que nos pasará siempre.

No es resignación. Ni estoicismo, ni valor. No sé qué nombre ponerle; lo llamaré perspectiva. La que adoptas cuando decides ponerte patas arriba para volver a poner donde toca a tu corazón.

#gracias❤ #esgritos

Mi balcón

Este es mi balcón. Desde hace unas semanas, salgo todas las tardes y todas las mañanas a dar un paseo y a saludar y despedir al Sol. Mientras él recorre el cielo, yo le doy al cerebro, y cuando por fin asomo a mi balcón a verlo aprovecho para respirar y dejarme mecer, a lo lejos, por las olas del mar.

Mi balcón no está en casa: es mi casa. Donde me recuerdo. Y cada vez tengo más claro que, vaya donde vaya, lo llevaré puesto.

Las ganas, llenas. El corazón, ligero.

Ya somos más. Ya sobra menos.

#esgritos