Siempre quise donarlo todo: mi sangre, mis órganos. Cuando llegó el momento, hasta mis óvulos. Como queriendo servir a la vida de todos los modos.
Por eso me costó entender lo que al principio me pareció tan cruel: en ese sentido, conmigo acabaría todo.
El primer impacto no tiene nombre.
Unos cuantos sucesivos tampoco.
Entonces, si abres los ojos, algo se enciende. Un destello inapreciable. Muy muy lejos.
Abandonada a tu suerte, dejas que se acerque. Hasta que un día te ciega. Y no puedes no verlo.
Ese día entiendes, aunque aún no lo sientes, que el cuerpo es limitado. Y que trascenderlo es un milagro en forma de regalo. Probablemente el más grande que la vida te puede ofrecer.
Porque ya no hay nada que tengas que hacer. Ningún reloj contra el que correr. Ninguna vida que te estés perdiendo. Ya no eres nada… y lo eres todo. La tierra… y el cielo.
Liberar toda la energía que tenía hipotecada por algo que ya no iba a ser era una bomba de relojería, pero para bien. Si la vida me quería disponible para servirla en mayor medida, me iba a tener.
Nunca sabré si el sentido fue ese. Pero cuando el trauma es tan grande, necesitas hacerlo coherente.
Respetarte es la clave: tus heridas, tus tiempos, tus logros. Tan necesarios como sencillos a los ojos de otros. Reformularlo todo. Vivir sin más reglas que las que te queman en lo más hondo. Atreverte a arder. Y empezar a sentir además de entender.
Lo dije antes del cáncer: lo que he aprendido es tan grande que no me lo puedo quedar. Algo tengo que hacer.
Imagínate después.
Para seguir aquí renuncié a lo que se suele entender por «dar vida». Es imposible explicar lo que implica. Pero solo en la forma física: hay mil maneras de ser creativa. De crear, en definitiva. De dar. De ser.
Desde entonces soy donante de alma: es infinita. Y cuanta más doy, más ancha. Esa sí que nadie me la quita. Y ya nada me parece imposible: puedo florecer sin semillas. Eso es la vida: creer. En ella. En ti misma.
#esgritos
P. S.: Os espero en #palabrasdonadas. Gracias, gracias, gracias. ❤