Historia de una colilla y del mechero que era una cerilla
Recuerda la última calada como si fuera ayer. La que le dio antes de abocarla al cenicero y de ejercer una presión desconocida con el dedo. A ella, a quien le habían enseñado a quemar si hacía falta, pero nunca a ver venir al mechero.
¿Cómo llega una a colilla y se deja consumir? Creyéndose cigarrillo antes, por lo menos. Sabiéndolo o sin saberlo. Y creyendo que sin un mechero no tiene razón de existir.
A ella, que conocía el fuego, algo le decía que el calor no era aquello. Ella sabía de otra llama que no quemaba: iluminaba. Pero, a falta de luz en mitad de la nada, cualquier chispa sirvió. Y como quien vende un pulmón al tabaco, la futura colilla prendió.
Tan falta de aire andaría que su propio humo la oxigenaba. Un humo asqueroso, amarguísimo y tóxico que le nubló los pulmones, los ojos y el alma. Nada que ver tenía…, y aquello fue lo que la salvó.
No recuerda si fue el dolor, la podredumbre o la desesperación, pero algo en su interior le gritaba que se moría: era su corazón. El latido único de la intuición la advertía.
«Si no dejo de consumirme, me apagará. No sé si soy yo o es él, pero esto no puede ir conmigo. No recuerdo haber sido nunca un cigarrillo, por mucho que me lo hayan querido vender».
Aun así, aguantó. No era fácil soltar aquello a lo que en su día se aferró. Además, tenía miedo. Un miedo atroz. Los dedos aplastan, y los mecheros queman. Consumidísima ya, apenas tenía fuerzas.
Entonces, saltó. Sacó fuerzas de flaqueza y se rebeló. Aquello no podía ir con ella, era demasiado evidente; a aquel mechero el gas se le había subido a la cabeza. Y cuanto más se resistía a que la rematara, más ardía él. Como si le fuera la llama en ello. Como si al perder el control sobre ella fuera él quien se extinguiera.
Como toda historia que se precie, esta acabó junto al mar. Por suerte para la colilla, lo recordó justo a tiempo para saltar. Allí la esperaban las olas, en las que se recordaría. Aún tendría que nadar mucho, pero lo conseguiría.
Hoy a veces cree verlo tratando de incendiar la orilla. «Las olas no tememos al fuego —se dice—, y menos aún al de las cerillas».
#esgritos
(Ilustración de Nani Alameda)